PARA MIS HERMANAS

Nuestra abuela paterna  narraba una historia sorprendente, me impactaba cada vez que la contaba ,y fueron muchas veces a lo largo del tiempo que compartió con la familia. La abuela nació en el año 1903 y esta historia se la contaba a ella su madre, y a su madre se la contó la suya. por tanto,tiene años, es vieja, muy vieja, antigua, muy antigua, es curiosa ,chocante, aunque no sé si cierta.
En la casa de la playa fue la primera vez que  la contó, estábamos en pleno apagón, sentadas en el salón,con dos velas encendidas y tomando helado de malta endulzada con sacarina, aquella sacarina que venía en pequeñas cajitas de color verde  con letras doradas,  Pérez Gimenez  creo que se llamaba , ella hacía malta helada una vez por semana y a  Concha y a mí nos gustaba mucho.
No sé por qué la contó en ese momento, no lo recuerdo bien, sé que habíamos estado jugando a las cartas para ocupar el tiempo que transcurre entre la hora de la cena y la hora de dormir. Ahora  voy a escribirla por primera vez, con detalle, tal y como la recuerdo. Aunque antes, le pondré un título, por que la abuela nunca se lo dio.

LA LLAMADA A DIOS

Hace años en el pueblo donde nacimos todos los miembros de mi familia, vivió un hombre muy malo, malo de maldad,  estaba enfermo de malicia y desconfianza, trataba mal a su mujer y a sus dos hijos, les insultaba, gritaba, y humillaba sin ningún tipo de remordimiento, ni de culpabilidad. Esto lo hacía tanto en la intimidad de su casa, como en la calle, con una persona presente, como con una multitud, le daba igual.
Un día de inspiración, la mujer recogió en un hatillo las pocas pertenencias que tenía, el tesoro más grande que poseía, que eran sus dos hijos, y se marchó con ellos del pueblo y nada más se supo, y si alguien supo, nunca dijo.
El hombre se quedó solo, pero no por ello se volvió más compasivo o sensible,parecía no tener necesidad de contacto humano.Los cerdos que criaba y la huerta que cultivaba, le proporcionaban lo necesario para vivir, a los cerdos les daba patadas y descargaba su furia en ellos recibiendo a cambio sumisión y obediencia y a las hortalizas que crecían en el huerto las insultaba sin recibir  una mala reacción, ni una desagradable respuesta. Era evidente que ni unos podían escapar del corral ni las otras, huir despavoridas. 
Cuando caía el sol, el hombre se sentaba un rato en el porche de la casa, en invierno se calaba la boina hasta las orejas y se cubría con una vieja manta mulera ,cuando llegaba el calor,se sentaba con el blusón gris, las esparteñas y el botijo del agua cerca de la mecedora, dormitaba a placer, y se mostraba indiferente ante los saludos de los vecinos.
Nadie puede asegurar cuando comenzó el hombre malo a apedrear a los chavales del pueblo que pasaban por delante de su casa, a envenenar a los perros de los cabreros, a decir groserías a las mujeres que pasaban cargadas con ropas para lavar en la azarbe o a desparramar las heces de su orinal antes de que pasara Wenceslao,el sereno. Tan agresivo se volvió el hombre, que los vecinos empezaron a sentir miedo, y cuando las gentes comenzaron a temer  de algo que no conocían , de algo que no sabían como explicar, intentaron  darse a sí mismos y a los demás una explicación lo más racional posible, y como esta explicación racional, no era posible, sólo les  quedó una solución...atribuir su comportamiento y su maldad al ser más maligno que ha existido: EL DEMONIO.
Lo siguiente que las gentes del pueblo ,cristianas y muy creyentes, hicieron ,fue murmurar. 
El murmullo surgió de las explicaciones que unos y otros se comenzaron a dar  para reconfortarse ,en primera instancia  a puerta cerrada, con sigilo,como comienzan todos lo rumores,  esas explicaciones fueron muy variadas y tendieron a justificarse en que estaba loco, y como todo loco, era peligroso y así, las gentes del pueblo comenzaron a huir de él cuando lo encontraban andando por la calle, se apartaban y cambiaban de lado e incluso de dirección si se cruzaban, y también a evitar, en la medida que podían, el pasar por delante de la casa donde vivía.
Un día ,a finales de un mes de julio, un hombre con un carro tirado por dos bueyes y cargado con grandes estibas de planta de alcachofa, paró frente a la casa del loco, preguntó por dónde debía seguir para llegar a Orihuela, pues el hombre buscaba la lonja, el mercado o a un corredor de allí, no se sabe.
El hombre loco no se inmutó, ni siquiera se movió. El forastero creyó que no le había escuchado y bajó del carro se acercó al porche y antes de formular de nuevo la pregunta se dio cuenta de que el loco estaba pálido y acercándose aún más, se cercioró de que  aquel hombre no respiraba, al tocarlo le encontró frío, y supo que estaba muerto.
Volvió  a subir al carro, azuzó a los bueyes y fue a pedir ayuda. si es que esta servía para algo, dadas las circunstancias.
El médico del pueblo  constató la muerte  y el cura párroco pidió a los feligreses que acudieran al sepelio, les pidió a todos un último acto de compasión  por el alma de aquel hombre mal hablado, malhumorado, irascible, grosero y malvado que había sido vecino de todos aunque realmente nunca bueno para nadie.
Como era costumbre, al muerto se le velaba las últimas horas antes de su enterramiento definitivo en su casa, no existían tanatorios ni nada parecido, ni que decir tiene, que esa noche estuvo solo, ni un alma acudió a velarle, solo el cura del pueblo y el médico, más por ética y educación que por devoción, pasaron la noche dentro de la casa junto a la caja del muerto , durmiendo  y charlando a ratos.
Al día siguiente, nadie quiso transportar a hombros el ataúd hasta la iglesia, el forastero que había vuelto del pueblo de Orihuela con el carro vacío de mercancía, al parar de nuevo en el pueblo preguntó por el loco y se ofreció a cambio de una par de perras gordas a cargar con el muerto.
Valga la expresión.
Una vez en la iglesia, el cura comprobó con satisfacción que sus parroquianos eran compasivos, la iglesia se fue llenando de gentes de la huerta y también del pueblo y comenzó a dar la misa, en austero latín, como mandaba el canon.
No había llegado el cura a las peticiones por el el alma del desdichado, cuando este golpeó con fuerza la tapa del ataúd, que apenas era un cajón  hecho con prisas, con unos pocos clavos y cuatro tablas, la tapa voló por los aires y cayó a los pies del Altar Mayor con un gran estruendo, y el loco se incorporó aullando y buscando aire que respirar, las gentes despavoridas salieron de la iglesia, volcando a su paso los cirios, los bancos, el cepillo y todo cuanto se interponía en el camino hacia la salida, el señor cura se levantó la casulla aterrorizado y poniendo  pies en polvorosa corrió a la sacristía ,echó el cerrojo de la puerta  y se escondió como los niños asustados, debajo de una mesa.
El muerto había resucitado, el médico constató que estaba vivo y bien vivo, sano como un manzano. El cura, el médico, el juez de paz ,el alguacil,el juez de aguas,todos intentaron dar una explicación a este hecho insólito,tremendo, misterioso. Nadie pudo. Las gentes de los pueblos cercanos se enteraron de aquel hecho, el acontecimiento llegó a oídos de la prensa y ocupó la página de sucesos en la sección de "misterios".
Definitivamente la gente creyó que aquel hombre no estaba loco, sino que estaba poseído por el mismísimo Satanás. La gente pidió al cura un exorcismo, pero el cura se negó.

Así pasó el tiempo y un día el hombre volvió a aparecer muerto en el porche de su casa,una recién casada que volvía de lavar de la azarbe, y que no sabía nada aún de la historia del endemoniado,lo encontró en la mecedora sin calzado y en calzones y  se volvió a dar aviso al médico y al cura, y se volvió a constatar la muerte del hombre. Esta vez vino otro médico a dar fe, y también el juez de paz, y el alguacil,y el notario y hasta el síndico. No había duda, el hombre estaba MUERTO.

De nuevo se veló al hombre en su casa, esta vez en presencia del notario y se volvió a exhortar a los parroquianos para que asistieran a la misa y al sepelio, y otra vez se llamó al hombre del carro para que cargara con el muerto, valga de nuevo la expresión.
 Después de la misa,se decidió dejar un día más al muerto en la caja para ver si resucitaba, así que lo depositaron en el cementerio ante el nicho y la gente se fue a sus casas.
Pasaron dos días y el enterrador avisó al cura, el hombre no estaba en la caja, la tapa estaba levantada y el nicho vacío. El hombre estaba de nuevo en el porche de su casa, con sus esparteñas , su blusón gris,y su botijo de agua.
Aquello no podía ser, todos se quedaron estupefactos, no daban crédito al hecho, empezaron a llegar gentes de todas partes a observar al endemoniado sentado en su porche , el hombre comenzó a sentirse más amenazado y se hizo con una gran provisión de piedras que lanzó contra todos junto a insultos, improperios y blasfemias que no hicieron más que corroborar la versión popular de la posesión demoníaca que padecía.
El cura escribió al obispo para pedir un exorcista con experiencia en estos trances, y el obispo aprobó la solicitud ya que el hecho había sido noticia en toda la región.El exorcista llegó en la primavera,se instaló en la casa del párroco y escuchó con detalle la historia del hombre endemoniado,durante varios días se preparó meditando y rezando de rodillas en el Altar Mayor de la iglesia y una tarde decidió acercarse a casa del hombre resucitado para empezar con los rituales.
La sorpresa es que al llegar volvieron a encontrar al hombre sentado en el porche,tan muerto como las veces anteriores, y no supieron si dejarlo tres días en la caja esperando una nueva resurrección o enterrarle inmediatamente.La decisión era difícil, nadie quería tomarla.
La abuela cuenta que al final lo enterraron por que empezó a oler mal y a criar gusanos,como cualquier cuerpo que comienza a descomponerse.
Cuando le pregunté a la abuela qué fue del hombre y qué era lo que le pasaba en realidad, me dijo
que la explicación era muy sencilla, la gente del pueblo contaba que el hombre era tan malo que cuando moría iba a las puertas del infierno y Satanás no le dejaba entrar, era tan malvado que ni el mismo demonio le quería allí, así que Satán llamaba a Dios y le decía que devolviera la vida a aquel hombre o se lo llevara al cielo. pero Dios tampoco lo quería allí, así que le devolvía la vida un ratito más.
Al final nadie supo nunca quien ganó, si Dios se lo llevó perdonándole sus pecados o Satán le admitió en el infierno como parte de su maligno séquito.

Hoy se sabe que lo que le pasaba a este hombre tiene que ver con la catalepsia, una enfermedad que tiene estos síntomas, pero que hace siglo y medio no se conocía.

INSTRUCCIONES DE USO
NO UTILIZAR  A DIOS NI AL DEMONIO COMO BÁLSAMOS CALMANTES DE LA INCULTURA.
RECOMENDACIONES DE USO:
TIEMPO DE EXPOSICIÓN A LA CIENCIA, CIEN AÑOS MÍNIMO .













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